Que en el mundo del vino también hay modas es algo evidente.
Desde el color de los rosados hasta el infinito mundo creativo de las etiquetas,
todo, absolutamente todo en el vino, se piensa muy mucho antes de salir al
mercado. Si se trata de vender, aquí también manda el consumidor. En el poco
tiempo que llevo en este infinito mundo ya tengo claras unas cuantas cosas.
1. Pequeños productores y cosas raras
Buscar vinos fuera de los círculos comerciales habituales es
de winelovers. Abrir la mente y apostar por los pequeños productores que
habitualmente elaboran ediciones muy limitadas, en busca de los llamados
«unicornios» del vino, es la mejor manera de descubrir el fascinante mundo que
puede caber en una copa. Vinos de pueblo, de parcela, de paraje, que dan voz a la singularidad de una viña
o un municipio. Los pequeños detalles marcan la diferencia.
Que el futuro del vino es blanco es un pronóstico cada vez
más irrebatible, incluso en las denominaciones tradicionalmente tintas como
Rioja. Cada vez bebemos más blancos que tintos, siguiendo el compás de otros países,
en p arte seducidos por la versatilidad y la amabilidad de este tipo de vinos
Una vez superada la pantalla del verdejo de entrada y el
albariño fresquito, la tendencia es buscar otro tipo de vinos blancos más
complejos y pensados para romper con los dogmas del maridaje. Blancos envejecidos, perfectos para el invierno, pero, sobre todo, blancos de
calidad. Nos importa cada vez menos el precio a la hora de elegir este tipo de
vinos, y más la experiencia de degustación que son capaces de ofrecernos. Y,
además, nos atrevemos a salir de Rueda y de Rías Baixas para
atrevernos con la gewürztraminer del Somontano, la godello del
Bierzo, los txakolís del País Vasco, la chardonnay de Penedés o la garnacha
blanca de Rioja. Fuera de nuestras fronteras, cada vez nos suenan más los rieslings alemanes.
3. Menos madera
En los tintos, la gran tendencia en los últimos años es la
que nos lleva hacia vinos más fáciles de entender y de beber, más pensados
para el disfrute, en los que la barrica no
tiene tanta presencia. Son vinos que hablan un idioma común para todos los
públicos, frescos, redondos y sutiles, más ligeros incluso, y elegantes, en
definitiva, en los que la presencia de la fruta roba protagonismo a los
excesivos aportes de la madera. Tintos que no piden un chuletón pero que nos
favorecen el disfrute de todo tipo de comida.
4. Total look rosé
Los rosados viven
una época dorada en diferentes partes del mundo, algo que ya se ha visto estos
últimos veranos en las costas españolas. Relacionado siempre con el glamour y
el estilo de vida relajado, con el sol y el mar de fondo, el rosado es, sin
embargo, el vino perfecto para un anochecer estival, pero también para una
tarde de otoño de sofá y manta. El rosado no es un vino estacional, es un
vino lleno de matices que soporta el envejecimiento y que puede ofrecer un
sinfín de sensaciones cuando se promueve su carácter. No, el rosa ya no es de
chicas.
El otoño, incluso el invierno, son épocas tan buenas como cualquier otra para disfrutar de rosé y complejos que se alejen del color brillante y la boca golosa, en pro de la personalidad de las uvas, la vinificación y la crianza.
Y esto sólo para no extenderme. Pero está claro que sí. La
moda mueve el mundo…. Y el del vino también
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